lunes, 12 de noviembre de 2007

Gabito

El 10 de julio de 1939 mi madre dio a luz una niña con un bello perfil de india, a la que bautizaron con el nombre de Rita por la devoción inagotable que se tenía en la casa por santa Rita de Casia, fundada, entre otras muchas gracias, en la paciencia con que sobrellevó el mal carácter del marido extraviado. Mi madre nos contaba que éste llegó una noche a su casa, enloquecido por el alcohol, un minuto después de que una gallina había plantado su cagarruta en la mesa del comedor. Sin tiempo de limpiar el mantel inmaculado, la esposa alcanzó a taparla con un plato para evitar que la viera el marido, y se apresuró a distraerlo con la pregunta de rigor:
—¿Qué quieres comer?
El hombre soltó un gruñido:
—Mierda.
La esposa levantó entonces el plato y le dijo con su santa dulzura:
—Aquí la tienes.
La historia dice que el propio marido se convenció entonces de la santidad de la esposa y se convirtió a la fe de Cristo.

"Vivir para contarla" Gabriel García Márquez

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